Voy a necesitar un palo largo con un pañuelo bien grande. Tengo que meterlo ahí todo, atar bien los nudos para contenerlo. Del trapo al nudo, del nudo al palo, del palo al paso.

Dentro de unos días subiré a un coche y miraré el paisaje por la ventanilla. No podré contar ni los árboles, ni las casas, ni los baches que habrá a partir de ahora entre el presente y mi nueva casa.

Sé que estará lejos en distancia, eso lo sé, pero me queda por medir lo lejos que va a quedar en nostalgia.

Hace unos meses decidimos cambiar el eje de nuestra vida y reconozco que entre todos los gases de mi tripa, todavía no me he descompuesto. Sigo entera. Nos mudamos de comunidad, de ciudad, de pueblo. En julio comenzaremos una nueva aventura en Extremadura, ¿dónde quedará eso? ¿Cómo seré allí yo misma? ¿Me seguiré habitando o será otra que venga en mi relevo? No sé, nunca antes había sido yo mudándome a Extremadura.

No pienso empezar una vida nueva, que solo tengo una, sino que pienso seguir con la mía. La considero una vida bastante adaptable, moldeable, lista para lo que venga, que no necesariamente tengo que abandonar. No es una vida rígida.

Cambiará, cambiaremos juntas, se dará la vuelta y se colocará del revés, las dos nos reiremos y lloraremos a la vez, pero, ¿otra vida? No, no, otra vida no. Yo solo nací con una y la cuido mucho, tanto como ella a mí.

Así que ya os iré contando. Aventuras nos esperan, eso seguro. La vida de pueblo me traerá una nueva cotidianidad que seguro que voy compartiendo por aquí para echarnos unas buenas risas.

Queda poco (aunque no os cuento lo que es una mudanza en plena semipandemia, con calor, con un taller, a la distancia…) así que ya nos estamos cogiendo los cuatro de la mano, que viajar suelto es más aburrido. Nos miramos a los ojos, nos guiñamos la mirada y contamos: “a la una, a las dos, ¡a las tres!”