Irlanda, agosto de 2023

Irlanda, agosto de 2023

DÍA 1 – Lisdoonvarna

Amigas y amigos de lo insondable: ya estamos en Irlanda. Llevamos un día y pareciera que estamos ya censadas y listas para votar en este gran país que tan verde y esponjoso nos ha acogido con los brazos abiertos. Llueve en horizontal, llevamos chaqueta de lana y hace viento, lo que como comprenderéis, es todo un lujo en este mes de agosto que está abrasando España.

El viaje comenzó conmigo peregrinando desde Soria a Barcelona para coger el avión. Cuando estaba esperando a Montse en el hotel ya de noche cerrada y sin sujetador, me llama para decirme que se ha dado cuenta de dos cosas ya de por sí inquietantes de forma aislada, que al converger adquirieron una dimensión superlativa: no tengo DNI + tengo el pasaporte caducado, me suelta. Todo muy interesante, dado que cogíamos el avión en unas cuantas horas nocturnas.

Os daré la razón una y mil veces cuando me digáis que ser una persona organizada y previsora suma muchos puntos en la vida, pero, amigos y amigas, hay momentos en los que más te vale tener a alguien cerca que haya pasado numerosas veces por demacres varios, olvidos, despistes, situaciones surrealistas… porque si hay algo que sabemos hacer muy bien, es salir de marrones en tiempo récord y además, riéndonos de la situación (y no es por meter el dedito en la llaga, pero que sepáis que lo hacemos además sin juzgar, ¡superad eso!). Todos caemos en la tragedia en algún momento, así que acordaos de este consejo cuando os falle la programación neuronal y os encontréis sin comerlo ni beberlo en una boda de postín solo con el chándal porque se os han olvidado en casa (a 100km) el vestido y los abalorios. Pero esta es otra historia.

El caso es que, por suerte, Montse se encontraba en ese momento bien acompañada (Hein e Irene, ambos pareja y residentes en Holanda que habían venido a verla justo esa tarde). Inmediatamente se pusieron a la tarea y en pocos minutos localizaron la manera de conseguir un pasaporte de urgencia en el aeropuerto de Barcelona-El Prat Josep Tarradellas, ubicado a 45 Km de Sabadell dirección sur. Hein cogió el coche y después de perderse por la zona poligonera de no sé dónde, me trajo a Montse al aeropuerto.

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Entre lo que tardan en plastificar el documento en el stand pop-up de la poli aeroportuaria, el piqui-piqui, las grasas ultrasaturadas de la económica cena en el snack bar del área de llegadas, los nervios del vuelo y el frío del aire acondicionado de la habitación (que no sabíamos apagar y que intentamos aplacar con un escudo hecho con la sábana), no dormimos en toda la noche y nos montamos en el avión de empalme. Que quede claro que Montse se portó fenomenal, pese a que además de todo lo acontecido, se había olvidado en casa las drogas duras y tuvo que pasar el trance de meterse en un lugar cerrado suspendido en el aire a base de hierbas aromáticas, que es como masticar una rama de tilo y rezar para que te duerma. Lloró sin que la viéramos y se hizo amiga de su vecino de asiento, que llevaba un peinado fascinante en peligro de extinción desde los años 90. Finalmente, no pegó a nadie, ni hubo que inmovilizarla en el suelo para que no abriera la puerta de emergencia en pleno ataque de pánico mientras sobrevolábamos los Pirineos, cosas que habíamos valorado como posibilidad en nuestra noche de insomnio. Aterrizamos en Dublín y no nos estaban esperando los cuerpos de seguridad de ningún estado.

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Felices de nosotras y con el arrope de la distancia, habíamos reservado desde España un coche en el mismo aeropuerto para cruzar directamente a la costa oeste, sin habernos imaginado en ningún momento que eso pondría en serio riesgo nuestra seguridad y la de los demás. ¡Dios mío de mi vida! No os puedo narrar lo que es salir del área metropolitana de Irlanda con mucho sueño, conduciendo por el otro lado de la carretera, cambiando de carril en autopistas plagadas de camiones y obligando al Google Maps a hacer un ejercicio sostenido de recálculo del itinerario en cada salida que nos saltábamos. Tardamos mucho más de lo previsto en hacer el recorrido, atravesamos gritando como locas no sé cuántos carriles en un cambio de sentido para alucine máximo de los coches parados en el semáforo y casi nos comemos varias veces los muros de piedra seca de las zonas rurales, pero lo hicimos.

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Eso sí, cuando nos adentramos en la Irlanda profunda, llevábamos tal chute de adrenalina y cansancio que decidimos pararnos en mitad de la campiña a echarnos una cabezadita. Estábamos exhaustas y la situación era peligrosa sin necesidad, porque Montse casi se deja la ortodoncia de una cabezada en el salpicadero y yo veía doble por el retrovisor, de modo que aparcamos y nos echamos a dormir. Como yo no cabía en el asiento de atrás, tuve que abrir la ventanilla para sacar los pies por fuera generando toda yo una escena más que extraña, que llamó la atención de algún que otro local que pasaba por el camino subido en su tractor. Pero ninguno se acercó a ver si era un cadáver de la mafia irlandesa abandonado en un camino rural o alguien en situación de socorro. Creo que esta gente no se inmuta por nada, cosa que me parece genial, así que nos dejaron dormir sin molestarnos.

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Si habéis estado en Irlanda (o en Escocia) ya conocéis el holgado diseño de sus carreteras secundarias. Básicamente, para las personas que no hayáis tenido el placer de circular por ninguna de ellas, diremos que están pensadas para que no quepan ni de coña dos turismos canijos, aumentando así la emoción en ruta. Tampoco tienen arcén, ¿para qué demonios servirán, verdad?, de modo que avanzas con el coche encajado entre dos muros y sudas tinta cuando viene alguien de frente que, si es local, no parece inmutarse ante la inminente colisión y sigue adelante con confianza en la ciencia de la métrica. Eso sí, ¡siempre sonrientes! La verdad es que los irlandeses son súper amables y amistosos, así que les perdonas todo.

A menos de 30 minutos por llegar al hotel, ya creía que la vejiga me estallaba, con lo que decidí parar en un camino de esos a hacer pis. Dado que no nos habíamos cruzado con nadie en mucho tiempo, ¿qué probabilidad había de que alguien se acercara por allí? Pero según me bajé las bragas y rozaba el éxtasis de aliviar mi cisterna, apareció de la nada un coche de Vodafone que decidió pararse a ver si necesitábamos socorro. Y ahí que se puso a charlar con Montse y conmigo, yo de cuclillas disimulando lo indisimulable y él disimulando que se daba cuenta de lo indisimulable, sobre todo porque mientras hablábamos se oía caer el pis perfectamente. Menos mal que se fue rápido y no tuve que limpiarme y subirme las bragas también mientras todos fingíamos que yo no estaba haciendo pis. En cuanto se fue, nos dio un ataque de risa y de la flojera empecé a pedorrearme (a pedo por carcajada), así que menos mal que estábamos ya solas. La risa nos duró casi hasta nuestro destino.

Nos recomendaron un pub riquísimo para cenar. Y cuando salimos, ya llevábamos tal pedrada y cansancio que no éramos capaces de decidir por qué carril teníamos que circular. Es que a esas alturas, no sabíamos ya ni por cuál se circulaba en España, así que Montse decidió bajarse y preguntarle rápidamente a dos que estaban en la puerta del pub por qué puñetero carril teníamos que circular. Error. Quizás no sea justo juzgar a una población entera tomando como ejemplo a dos personas random ubicadas en una noche de domingo en la puerta de un pub, pero cuando ellos mismos se pusieron a discutir porque no se ponían de acuerdo por qué lado se conducía en su país, pensamos que nos esperaban unas vacaciones inimaginables y que, ciertamente, había llegado el momento de irnos a dormir. Y ellos quizás deberían haber hecho lo mismo.

Según rocé las sábanas, creo que caí rendida y ni siquiera los gritos de Montse pidiendo socorro porque había miles de arañas/mosquitos/moscas/pelusas/sombras/aire en su habitación me sacaron de la cama. Veo que no me vas a ayudar, ¿no?, me dijo desde algún lugar de la habitación, a lo que creo que ni siquiera le pude contestar. Ella se durmió al final con la luz encendida sin querer y yo… yo creo que caí en un sueño tan profundo que no recuerdo ni haber cerrado los ojos antes.

DÍA 2 – Acantilados de Moher

Qué gracioso es cuando estás de viaje y te pones el despertador a una hora inmunda, pensando de verdad que vas a levantarte de un salto fresca como una rosa y dispuesta a comerte el mundo. Pero no nos engañemos, porque recorrer el mapa es un deporte duro a cierta edad y cada día te llena de alegría, sí, pero también te deja un cuerpo escombro que a la mañana siguiente te está esperando.

Así que procedimos a apagar la alarma según sonó (¡qué grandes placeres nos brinda la vida cotidiana en vacaciones!) y nos pusimos en pie cuando nos dio la gana. Llegamos al desayuno cuando el campamento yogui con el que compartimos alojamiento estaba ya terminando, pero dio tiempo a que una señora amabilísima que iba vestida como si acabara de hacer sus abluciones en el Ganges nos invitara en un susurro a unirnos al grupo esa misma noche, porque habían organizado un concierto. Dicho esto, nos entregó un folleto en el que detecté por el rabillo del ojo que venían impresos varios conceptos prohibidos por mi religión, como son «concierto en silencio» + «baile comunitario» + «meditación». Mi cabeza censuró de inmediato semejante encuentro festivo, pero vi con terror como Montse valoraba incluirlo en nuestro plan del día y anoté mentalmente la importante tarea de bloquear dicha ilusión en el transcurso de la jornada. Si era necesario, recurriría incluso a la hipnosis.

Es maravilloso viajar con alguien que lleva tu ritmo. En serio, creo que es una de las claves de la compatibilidad aventurera, porque después de desayunar nos sentamos en el salón comunal del hotel a tomarnos la vida con calma. Porque sí, porque es nuestro viaje y lo hacemos como nos late. Porque la vida ya es en si misma frenesí como para estresarse en tus momento de ocio. Así que es importante contar con alguien que no esté ya en la puerta según acaba el porridge, con el bolso puesto haciéndote pagar con mirada inyectada en odio cada minuto que le estás haciendo perder. Relajémonos, por favor, que viajar es también pisar con calma y no hace falta llegar a casa con la colección de cromos terminada pero sin bazo.

Así que como a media mañana salimos por fin rumbo al embarcadero del pequeño pueblo de Doolin, porque nos había chivado la tarde antes un señor de un supermercado que desde allí salían unos barquitos ideales que hacían una pequeña ruta a la base de los acantilados de Moher que seguro que nos gustaba. Nosotras tenemos gran confianza en el saber popular y en las recomendaciones locales, así que allá que nos dirigimos dispuestas a surcar los mares. Y vaya si los surcamos.

El mar estaba picado y hacía un viento del copón, lo que de por sí ya era algo sospechoso cuando la embarcación estaba bien amarrada en el puerto. Según salimos, fue directamente una constatación de que aquello había sido una especie de locura pasajera y que desde luego, íbamos a flipar (si no a morir). Subimos por la cresta de las olas, bajamos luego en picado, la embarcación se fue para un lado para inmediatamente dirigirse con rabia hacia el otro…. y nosotras ahí gritando como locas (junto al resto de los turistas, que conste).

Yo intentaba no hacer repaso ninguno de la fauna que podría haber bajo del casco y del placer que sería para esas bestias salvajes comernos a trozos si naufragábamos. Lentamente y rozándonos antes los pies mientras flotáramos en pánico, por supuesto. Montse también temía por su vida (y eso que ella vive a pie de mar y la presuponía más habituada a las desdichas oceánicas), de modo que decidimos aplicar la lógica más aplastante de las que teníamos a mano en ese momento: el capitán del barco es un lobo de mar con experiencia y seguramente, no querrá morir, así que si se le ve tranquilo, es que vamos bien. Funcionó, hasta que nos confesó por el megáfono que era su primer día de trabajo y que no sabía muy bien lo que se hacía. Que menos mal que fue una broma pero que por nanosegundos, me encogió el suelo pélvico de tal manera que no tuve pérdidas de orina durante la siguiente media hora del puritito susto que pasamos.

Nos dijo que miráramos una piedra que tenía una cara labrada y todes ohhhhhh (yo pensé que se parecía a Hitchcook). Luego nos dijo que esos eran los acantilados de la película La princesa prometida y todes ahhhhhhh. My name is Inigo Montoya. You killed my father. Prepare to die. También nos informó de que la cueva era no sé qué de Harry Potter y todes uuuuhhhhhh. Y remató contándonos que los faros que había a lo largo de los acantilados eran puestos de observación estratégicos desde las que los locales se mandaban mensajes a través de códigos con fuegos cuando luchaban contra no sé quién y los españoles, y todes hmmmmm y nosotras, ¿españoles? ¿Ein? Tenemos un vacío histórico ahí que tenemos que rellenar.

Aterrizadas de nuevo en tierra, decidimos que teníamos que comer para asentar que éramos todavía corpóreas y como Irlanda es verde y nos gusta a las dos eso del picnic, buscamos un rincón tranquilo para meternos entre pecho y espalda un bagel seco como el esparto untado en mantequilla de ajo, con lochas de queso pocho por encima. Pero dio igual el menú franciscano, porque éramos felices de estar en ese paisaje y a la vez vivas.

Por la tarde nos fuimos a ver los acantilados de Moher desde arriba. Otra perspectiva que nos dejó alucinadas. La grandeza de la naturaleza (y sin haberlo planeado me ha salido un pareado) impacta muchísimo y te sobrecoge el alma a no ser que estés hecha de poliespan. En serio, es complicado describirlos así que os dejo mejor las fotos de Montse.

Nos llamó mucho la atención la cantidad de carteles que había de apoyo a las personas que acuden a este paisaje para quitarse la vida. Es flipante los muchos mundos paralelos que hay en este, que hace que tú pasees en éxtasis por paisajes maravillosos que sin embargo suponen la solución al fin del sufrimiento de humanos que están librando una batalla interior indescriptible mientras tú disfrutas. También a la salida había habilitada una sala de meditación, con una fuente de esas zen y con números de contacto e incluso un teléfono para poder pedir ayuda en caso de necesidad. Y sinceramente, supongo que agotar los últimos recursos disponibles siempre es necesario, pero me pregunto cuántas personas se agarran a ese salvavidas que por desgracia, me temo que llega tarde en la cadena de posibles soluciones a ese daño. Muy triste.

Después de cenar una comida caliente riquísima, nos fuimos a la cama porque como he dicho antes, viajar es de un cansancio extremo.

DÍA 3 – The Burren y viaje a Kinvara

Por recomendación del chico del hotel, decidimos que nuestro tercer día transcurriría en The Burren National Park. Nos contó que habría mil pedruscos y en seguida supe que si conectaba a Montse a la red hidroeléctrica irlandesa en ese momento, podría ella sola suministrar a la isla energía suficiente como para tirar dos meses con sus correspondientes noches. No había opción de hacer otra cosa que no fuera ir a ver piedras amontonadas porque nada le gusta más a esta mujer que un canto rodado.

La ruta que nos recomendó era una circular, que suponía unos 7 km y una dificultad media-alta (no tanto por el desnivel sino por el tipo de camino). Además, nos dijo que teníamos que encontrar a un tal Harry y que si lo hacíamos, nos invitaría gustoso a una taza de té. No nos digas más, no nos digas más, que ahora Harry es como el talismán de tu piel para nosotras.

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Bueno, describir con palabras cómo es el paisaje de parque nacional es pedirme que sea James Joyce y Cortázar al mismo tiempo, con algo de Juan Rulfo casado con Maggie O´Farrell. No doy para tanto, pero os puedo asegurar que si venís por Irlanda, no os lo deberíais perder. Es un camino a veces algo incómodo, seguramente os dejéis las rótulas y los tobillos en algún resbalón, pero llegadas a una edad es cuestión de tiempo que esto nos pase y mejor en una caminata excepcional que dando la vuelta a la manzana de casa haciendo footing.

 

Nada más empezar, hay un rinconcito ideal en el que puedes coger prestado un palo para caminar labrado artesanalmente a partir de ramas de algún árbol autóctono, con la responsabilidad de devolverlo a la vuelta sano y salvo. Y por supuesto, nosotras cogimos uno para acompañarnos durante el recorrido porque en la maleta llevamos de todo, pero este complemento para el hiking nos lo habíamos dejado en casa. También fue un poco por sentirnos las Jane Fonda de la campiña irlandesa, pero la verdad es que fue fundamental en ciertas partes del camino.

A pocos metros de ahí encontramos de repente un lugar súper extraño. A orillas de un pequeño riachuelo había un árbol enorme con cintas de colores colgando. Además, había muchas ofrendas y estampitas con rezos, con alguna que otra foto de gente en edades variadas. También había tazas colgadas de un palo y dinero, montante y sonante, dispuesto en platitos por todos los pequeños altares. Como no tengo mi área espiritual muy desarrollada, mi mala fe me llevó a temer que nos hubiéramos adentrado en la guarida de un yeti-asesinoenserie ermitaño (tipo el Basajaun vasco) y nuestra vida corriera peligro. Ya nos veía cortadas en trozos por el propio palo de Jane Fonda y con los huesos de nuestros muslos de pollo enterrados junto a las raíces del árbol matriz, porque es lo malo de estar siempre novelando la realidad sin filtro, que te dejas llevar y… Pero luego entré en razón y pensé que no, que aquello era la obra maestra de gente que tiene mística dentro y me sentí mal por mancillar mentalmente el santo sepulcro de personas de buen corazón, no como el mío, que es oscuro.

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Existen muchos placeres en la vida, pero caminar sola por el campo es uno de ellos. Ahí sí que se me expande el alma y se me carga la pila de petaca (yo creo que esto deberían convalidarlo como fe, revelación, religiosidad y devoción, mucha devoción). Caminar a ritmo de otra persona o pensar que alguien se frena para esperarte, me desestabiliza. De modo que decidimos hacer cada una la ruta a su ritmo y a su propio interés, sin agobiar la una a la otra y gozando de la experiencia sensorial sin interferencias.

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De vez en cuando nos encontrábamos y caminábamos unos cientos de metros juntas hasta que una se adelantaba o se retrasaba para hacer fotos o mirar durante horas una flor moverse con el viento, pero luego nos volvíamos a perder de vista por un trecho en el que se podía sentir una auténtica soledad. ¡Qué paz! Casi al final del recorrido tuvimos la oportunidad de sentarnos un rato a orillas de una pequeña charca a descansar, charlar, tumbarnos en silencio mirando el cielo y decirnos una y otra vez lo afortunadas que éramos.

Al final de la ruta, no se nos había olvidado que teníamos que encontrar a Harry y tuvimos la fortuna de conseguirlo. Entramos en su garito, nos sirvió té con leche y nos invitó a brownie. Luego se levantó y tímidamente, nos dijo que le gustaría hacernos una ruta por su huerto y su granja, contándonos un trocito de su vida que había empezado en Holanda y que le había llevado hasta Irlanda hacía 51 años, justo a esa casa donde aún vivía con su familia.

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Y nos habló de la flor del puerro, que nace si la dejas como un pincho muy alto coronado por una bola morada que él simuló que era un micrófono, nos enseñó su higuera, nos habló de sus vacas peludas, de la casa en ruinas que había en su jardín y que había albergado 10 generaciones de una familia que se marchó cuando se cayó el tejado. Nos cantó el vamos a la playa, oh, oh, oh, oh, oh y luego se rió con sus ojos azules. Sus perros, sus nietas, su hija, aquel verde tan verde… fue algo precioso para nosotras.

También había allí una parejas de dos chicas americanas muy simpáticas pero que nos echaron una chapa anti-Trump sin venir a cuento que no entendimos. Pero Montse y yo, porque la educación nos puede, nos lanzamos al ruedo hablando de política internacional como si fuéramos politólogas desde que perdimos los dientes de leche, lanzando al aire afirmaciones de manual que ellas sin embargo aplaudieron efusivamente como si fueran el tribunal de un doctorado cum laude que nos hubiéramos sacado a base de cupones de los Krispies. Ver para creer, porque de forma resumida nuestros argumentos fueron: Trump=caca, ¿qué os pasó?, hay opiniones que no merecen respeto, vivan los derechos humanos. Creo que nos unía una falsa camaradería de sentirnos bolleras por el mundo, porque se pensaron desde el primer momento que éramos novias y que por ello, formábamos parte de una comunidad secreta unidas por cosanguineidad y elecciones amorosas.

Habiendo cerrado nuestro ciclo en The Burren National Park y habiendo devuelvo el palo, salimos rumbo a Kinvara. ¿Por qué? Pues porque a algún sitio había que ir y de nuevo, nuestro guía turístico del hotel nos dijo que nos iba a gustar. Así que allá que nos fuimos y nada más llegar, encontramos un alojamiento precioso en una casa con moqueta. Y sé que posiblemente esto de siquiera nombrar la palabra «moqueta» habrá hecho que más de una/o haya dado un respingo si ha estado en países anglosajones (porque la tienen en el baño, en la cocina, en la escalera, en el pasillo… y normalmente, carece de higiene) pero en serio, ¡estaba increíblemente blanca! Nos dio tanta emoción que pensamos que no querríamos salir de allí en todo el viaje.

Solo el hambre consiguió movilizarnos y pese a que ya era casi atardecer, decidimos sentarnos en un banco delante del agua y comernos un sandwich de los nuestros en plena paz. Habíamos pasado por el súper y además de arrasar con el lineal de galletas y chocolate Cadbury en versión polvos, tabletas, chocolatinas y bollos, nos hicimos con víveres sanos para rellenar el pan. Era el momento de disfrutarlos.

Nada más aparcar establecimos contacto con tres señoras que estaban en un banco que de lejos parecían la estampa de la felicidad pero que de cerca, lo que pasaba es que llevaban una cogorza del quince. Y ahí estaban con sus copazos y sus cigarrillos, contándonos qué bonito era un puente que ellas habían pasado para cruzar de España a Portugal y que qué maravilla oye. Y nosotras que sí, que claro, que estupendo, riéndonos con ellas para solidarizarnos con su alto contenido de alcohol en sangre pese a que el único líquido que habíamos ingerido en las últimas dos horas era un yogur batido. Pero daba igual, porque somos empáticas por naturaleza y si hay que emborracharse por solidaridad, nos emborrachamos por inercia y punto.

El almuerzo nos sentó de órdago. Disfrutamos. De nuevo lo de siempre: ¿será verdad que estamos aquí? ¿Somos nosotras las que estamos sentadas en este banco? ¿Es todo esto cierto? ¿Cómo podemos tener tanta suerte? Y así hasta el infinito, que coincidió justo con el momento que se hizo de noche y nos fuimos a dormir. Y a restregarnos por la moqueta blanca por puro placer.

DÍA 4 – De Kinvara a Roundstone

La casa de la moqueta limpia en la que nos levantamos esa mañana resultó ser de Anne, una señora maravillosa que justo viajaba a Girona la semana siguiente. ¡Y no hay nada como darnos a nosotras una oportunidad de palique que allá que vamos de cabeza! Montse sacó todo su arsenal y le organizó una ruta Quetzal en un periquete para que se lo pasara chachi pelotilla en Cataluña, con puntos escondidos y seleccionados que no vienen en los folletos de la Lonely Planet. Nuestra anfitriona estaba encantada y yo creo que hasta se apuntó hasta a clases de sardana online esa misma mañana.

Obviamente, valoramos pedirle la adopción pero se nos pasó rápidamente el éxtasis pasajero porque teníamos que partir rumbo a Galway y ya íbamos tarde. ¿Tarde para qué?, os preguntaréis. Bien preguntado. Pues yo qué sé, la verdad, pero nuestra ruta tenía que seguir y la llamada de lo inexplorado hizo eco en nuestro corazón.

La ruta hasta nuestro nuevo destino fue anodina para contar pero agradable para nosotras, que nos gusta estar juntas y hablar de dramas y darle vueltas al futuro. Podemos rellenar horas, meses, lustros hablando. Con nuestro Spotify a tope, lo que significa que Montse pone canciones coñazo de gente profunda y moderna que no puedo cantar y de vez en cuando me deja poner algún gran éxito de Kiss FM para que me desquite y no me duerma al volante. Un detalle que cuando lo lea me va a costar la amistad.

Nuestra anfitriona-ahoramegustaelfuet nos dijo que entrar en Galway con el coche, tal y como nos había visto de sueltas aparcando en su jardín casi descuartizando el parterre de geranios, quizás no era una buena idea. Que mejor lo dejáramos en un parking de no sé qué, en no sé dónde, durante no sé cuánto tiempo, para luego ir al centro no sé cómo.  Es que habló muy rápido y era por la mañana y estábamos digiriendo los scones y la verdad, la una pensó que la otra se estaba enterando y delegamos la tarea mutuamente, para luego darnos cuenta de que no había nadie al mando.

Nos costó encontrar el puñetero parking de Galway, la verdad. Lo mejor es que justo cuando lo encontramos y ya estábamos aparcadas recibimos un mensaje providencial de Irene, nuestra amada Irene, que nos decía que tenía una amiga que vivía en un lugar paradisiaco y que había montado un hotel. ¿Y si íbamos para allá? El reclamo turístico además, incluía un paseo en barco para posiblemente ver delfines, porque ella sabe dónde está la herida y hurga en ella sin compasión. Estaba a tomar viento, no sabíamos nada del lugar, no estábamos seguras de que tuviera habitación ni cuánto nos iba a costar y montarnos de nuevo en un barco por el mar encrespado nos hacía encogernos, ¿qué podía salir mal? Por supuesto, allá que fuimos.

No dudamos de las bondades de de una ciudad extraordinaria como es Galway, seguramente nos habría encantado y la apuntamos para la siguiente vez, pero nosotras somos más de verde y ¡toma ya el viaje que nos marcamos hasta el tal Roundstone! Es que no había ojos suficientes para asimilar tanta maravilla y cada curva abría una nueva imagen digna de pararse, bajarse y contemplarla durante horas. ¿Qué tipo de país es este que no te da respiro?

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El pueblecito en cuestión era monísimo. Apenas entrabas y ya estabas fuera pero había casitas de colores, mar, piedras en cantidad suficiente como para que Montse se entretuviera tres años seguidos, gente amable con la que asentar un buen palique… y la habitación que finalmente conseguimos era estupenda. Nos dimos tiempo libre para que cada una hiciera lo que le placiera y a mí me tocó hacerme amiguita de un alfarero entrañable y de una jubilada que me planteó el dilema de si se iba a España en noviembre con un antiguo amante. Claro, le dije, a vivir que son dos días y nunca es tarde para que zarpe el amor de nuevo. ¡A por ello, Nancy! Espero que me haga caso y que sea muy feliz en ese viaje que en el fondo de sus ojillos, vi que le entusiasmaba.

A la vuelta Montse me dijo que había estado hablando con los dueños del hotel y que esa misma noche teníamos apalabrada nuestra asistencia a una fiestolina de música y baile tradicionales en el community hall. Como os imagináis, tardó muchísimo en convencerme y tuvo que casi recurrir a la violencia verbal.

Nos esperábamos una especie de espectáculo con trajes de licra lleno de turistas desubicados, pero resultó ser un fantástico festival local organizado por la gente del pueblo que nos dejó maravilladas. Ahí estaban todos vestidos con sus mejores galas, todos tan felices, cantando y bailando sus canciones de ayer y de hoy. Actuaba gente que iban llamando del público y luego había un grupo profesional de bailarines irlandeses, capitaneados por un David Bisbal que nos perdonaba la vida a cada zapatazo a las féminas allí presentes, sin duda hechizadas por sus eyaculaciones de testosterona.

Salieron a bailar personas muy mayores sus bailes tradicionales, que también se bailan en corro y haciendo cosas con los piececinos, como golpes y saltos y venga vueltas. Había uno que llevaba un ritmo átono, otro que parecía pecho palomo, una señora que no paraba de bailar pero que su cara era de sufrir mucho, una señora con jersey rojo que nos cautivó con su sonrisa, un señor de azul que lo hacía súper bien y daba gloria verlo, otro guapísimo… Y ahí Montse y yo encantadas, fascinadas por lo maravilloso de la vida nuevamente, viendo cómo delante de nosotros se desarrollaba la vida cotidiana para otros pero sin embargo, tan, tan, tan diferente para nosotras. Esto es en parte, viajar.

Al final, se organizó una rifa con las papeletas de la entrada. ¡Qué nervios pasamos! Estuvimos a punto de ganar algo de la lista de premios: un cuadro hecho por una artista local que acababa de estrenar sus primeros óleos, un cd grabado de música folklórica, una bolsa llena de manzanas, un pañuelo, un collage de fotos impreso maravillosamente con mucha saturación sobre una tabla labrada… pero al final no pudo ser, aunque no lloramos ni nada.

DÍA 5 – Roundstone – Malin Head

Nuestro día en Roundstone amaneció pronto y yo no tuve una embolia ni nada, porque teníamos una cita con el capitán Demien y con su barco, subidas al cual surcaríamos los mares en busca de delfines. Podría parecer que ya habíamos tenido suficiente experiencia marítima en los acantilados de Moher, pero varios factores se alinearon para que quisiéramos volverlo a intentar: el mar parecía calmado desde la orilla, había posibilidad de ver delfines y, la más importante, nos va la aventura más que a una oveja el césped.

La embarcación era, en resumidas cuentas y para que se entienda de un plumazo, muy pequeña. Bueno, pensamos, así no se le va de las manos y Demien la gobierna con facilidad. El océano no estaba tan calmado visto de cerca. Bueno, pensamos, lo mismo así es mejor porque los delfines necesitan acercarse a la costa en aguas menos turbulentas. El día se puso de repente muy nublado. Bueno, pensamos (bueno, en realidad esto lo pensó solo Montse), lo mismo hace que la experiencia sea más irlandesa y divertida. Pero por lo que no pasé es por que nuestro patrón de yate rural nos dijera que lo de los delfines estaba muy complicado y que posiblemente, nos volviéramos a casa viendo solo carpas de estanque chino.

En dos minutos se me había pasado la frustración porque Demien resultó, contra todo pronóstico, ser un local divertido y abierto con el que hicimos migas enseguida y según salíamos del establecimiento portuario, ya nos estábamos riendo. Por favor, ¿alguien conoce a algún irlandés o irlandesa que NO sea un encanto?

Se sabía el muy canalla los mejores sitios para hacer fotos panorámicas de la costa, las mejores vistas de Roundstone y las mejores paradas técnicas para dejar a los turistas queriéndose comprar un chalet vacacional en esta parte del planeta. Nos llevó al sitio en el que guarda jaulas secretas con sus langostas (su nevera natural) y nos las dejó coger al menos, ya que no podíamos financiarnos los picnics que organiza para turistas que llevan en la maleta bragas limpias para todos los días. Le dijimos que es que nosotras éramos más de hot chocolate y delicatessen del Spar en caminos secundarios, pero que volveríamos el año que viene a celebrar juntos nuestra racha de bonanza y a comer langosta o lo que se terciara con él.

Aprovechamos para preguntarle muchísimas cosas del día a día en esa zona. ¿Qué hacían? ¿Cómo se divertían? ¿A qué se dedicaban? ¿Cómo era el invierno? ¿Cuánta gente vivía allí en enero? También nos llevó a una islita pequeña con una playa maravillosa sobre la que los turistas prime comían esas langostas lozanas a la brasa. Ya no vive nadie allí, porque es un lugar al que solo se llega en barco y en dos minutos te las has recorrido haciendo el pino, pero nos contó que llegó a albergar una comunidad de 113 personas. ¿113 personas metidas ahí? ¿Tantos? Claro, se rió, es que en cada casa había 13 o 14 niños. ¿No queríais saber a qué nos dedicamos en invierno? Él personalmente, con 34 años, tenía ya 5 hijos. ¡Glups!

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Cuando nos despedimos de nuestro nuevo amigo, salimos pitando hacia el siguiente destino porque teníamos una casa pillada en la punta más al norte de Irlanda y un montón de horas de viaje por delante. Nos daba mucha pena dejar la zona de Connemara porque verdaderamente nos había impactado, pero la ruta tenía que seguir y lo más probable es que el año que viene nos planteemos volver.

El viaje fue largo, larguísimo. Hubo un momento de tensión porque empezamos a pasar por zonas que, comparado con los parajes de los que veníamos nos parecían cutres y llenos de virutas de aburrimiento. No obstante, ¡estaban plagadas de supermercados! De modo que aprovechamos para hacer acopio de provisiones de alto contenido calórico y poca aportación proteica para hacer frente los próximos días.

Compramos tantas cosas que por supuesto, tuvimos que pararnos en una salida de la autopista para engullir en una cuneta todo lo que habíamos pillado como si fuéramos miembros de una familia numerosa en hermanos y para hacer pis delante de todo el mundo, porque ya no tenemos vergüenza. Abrimos las bolsas como si fueran la lámpara de Alí Babá pero que en vez de salir un genio saliera un cocinero con 5 estrellas Michelín de la guía Gordapapa (en homenaje a mi admirada Aroa Aleman).

Confeccionamos un menú producto del ansia gastronómica que más o menos contemplaba un delicioso primer plato de pan con margarina de ajo, seguido de salami fosforito que aseguraba haberse importando de la misma Italia, con un segundo plato de galletas de chocolate y luego un yogur (bio, eso sí) de frambuesas. ¡Ah!, también creo que hubo una tosta de sardinas con mayonesa con 1 tomate cherry por cabeza y luego lamimos la lata del hot chocolate del Caldsbury y rociamos todo con zumo de naranja sintético que solo y únicamente puede encontrarse en suelo anglosajón. ¡Qué rico! Todo esto sin masticar, claro.

Llegamos a nuestra casita tarde ya, después de entrar en pánico porque pasamos por una zona oscura de la geolocalización universal y fuimos a la deriva un buen rato. Pero la encontramos y allí que nos estaba esperando Vincent, un lugareño la mar de simpático con muchas ganas de hablar pese a que le arrancamos en chanclas de la cena, que nos explicó detalladamente paso por paso punto por punto coma por coma acento por acento, todo lo que necesitábamos saber sobre el alojamiento y más, por si acaso. Y también nos advirtió que no había cobertura y que para alcanzarla teníamos que coger el coche e irnos a una torre encima de un cerro, que es justamente donde acabamos en plena noche tormentosa intentando dar señales de vida a amigos y familiares hasta nueva orden.

DÍA 6 – Malin Head

Toda cabaña de piedra y madera en medio de la nada parece ideal hasta que tienes que compartir una minúscula cama con tu compañera de viaje y salir al salvaje clima irlandés cada vez que quieres hacer pis por la noche, porque el baño está fuera, al resguardo de una caseta hecha con palos de polo y llena de bichos (inofensivos para una ciudadana común pero animales salvajes y peligrosos para Montse). Aún así, no sé si porque estábamos derrotadas o qué, dormimos relativamente bien esa noche.

Menos mal que Vincent nos dejó un cubo de camping para poder aliviar nuestra vejiga sin salir de la estancia principal, ahorrándonos los paseos nocturnos (que a nuestra edad son muchos, sobre todo yo), lo que supuso un punto a favor para no coger una pulmonía pero que sin duda, también supuso escalar un eslabón más en la construcción de nuestra sólida amistad. Mear delante de tu amiga en pijama agazapada sobre un cubo de plástico con tapa es ya rozar con tus dedos la cúspide de cualquier relación humana.

Montse salió a tomar un café a pequeño jardín mientras yo holgazaneaba en la cama, mirando de frente con valentía al bravísimo océano rompiendo sobre las rocas, cuando pasó por allí una lugareña con la que enseguida entabló conversación. Anne Marie también resultó ser una irlandesa simpática y amable, que no dudó un minuto en invitarnos esa misma noche a una fiesta del padre de una amiga suya en el pub. ¡Invitación aceptada! También nos dijo que había un paseo circular siguiendo el camino que, muy aplicadamente, decidimos seguir.

Montse y yo caminamos cada una a nuestra bola, esto ya lo he explicado antes (si somos capaces de mear en un cubo delante de la otra, podemos hacer lo que nos dé la gana). Así que iba yo retrasada pensando en mis cosas (normalmente absurdas y obsesivas) cuando la veo saludar amablemente a una lugareña que la miraba en la lejanía, justamente desde lo alto de la colina, al pie de su granja. No hay nada como hacer amigos, pienso, mientras acelero el paso cuando observo que la granjera coge el coche para acercarse a mi compañera, imagino que para entablar así una bonita conversación que normalmente la pobre no puede mantener con las rocas, vacas y matojos de los que vive rodeada. ¡Si va a haber palique, no me lo quiero perder! Ya sabéis que este viaje nos está dando material para elaborar una tesis doctoral que gira en torno a una premisa fundamental: no hay irlandés/irlandesa que no sea un ser de luz y candidez.

Ya mirando la escena desde lejos, me doy cuenta de que el lenguaje corporal de la mujer en cuestión no es el que me esperaría yo de alguien que se acerca en son de paz. Más bien era como si ella sola albergara el regimiento entero de la armada irlandesa dentro de su cuerpo y estuviera decidida a hacer salir al pelotón a la mínima. Ups, pienso, vaya con la doncella… Cuando la alcanzo, me encuentro a Montse flipando en colores y me dice, colega, vámonos ya de aquí porque esta tipa creo que quiere matarnos, pero no usando un arma blanca, sino sus propias manos grandes como panes y de forma lenta. Dice que he fotografiado a sus pequeños ponis (uno de ellos en la siguiente foto) y por alguna extraña razón, merezco morir. Y tú seguro que también. Ok, pienso, entiendo la situación: dos guiris + persona altamente desequilibrada con trazas violentas + soledad absoluta + el enorme Océano Atlántico para ser lanzadas a él con una piedra atada a la cintura. Familia, recordadme con cariño porque os amé. Amigos/as, ídem. Ya sabéis que el testamento está en el mueble de la tele.

(NOTA DE LA AUTORA: No sé si os hacéis a la idea pero no había nadie, nadie, nadie en kilómetros a la redonda. Paisaje rocoso de costa en una zona despoblada. El lugar ideal para que el coraje se te deshaga).

Viajar por Irlanda
Viajar por Irlanda

Reemprendemos la marcha por el camino cagadas de miedo y vemos que la tipa empieza a seguirnos con su coche lentamente, de cerca (muy cerca). Un rato. Largo. Un rato largo y tenso. Llegamos a la cima de una pequeña colina y vemos que se para para observar desde su atalaya, haciéndonos sentir dos liebres bajo la mirada desquiciada de un lobo hambriento riéndose ante la facilidad de la caza. No mires atrás, compañera, hay que conseguir salir de esta y oye, ya parece que nos deja en paz. ¡Qué iluso es el miedo!, porque cuando llegamos a la falda de la colina, vemos que acelera y se nos planta al lado en un suspiro. Se dispone a bajar del coche, obviamente para descuartizarnos.

Montse, en un intento de suavizar el momento e intentar negociar nuestra inminente muerte, se acercó a ella con la mirada más candorosa que la jodía ha puesto desde que nació. Era como una ninfa aproximándose al bicho baboso ese que se le acerca a la Sigourney Weaver en la peli de Alien. Pero nuestra rival era fuerte, impermeable a la bondad, así que con una sola mirada nos transmitió que la mejor opción para nosotras era correr (o bueno, andar rápido en dirección opuesta a ella) y salir de allí lo antes posible. Lo más fuerte es que una de sus vacas, que estaba por el camino, se puso a correr detrás de nosotras, lo que añadió intensidad al pánico porque pesamos que era una rumiante entrenada para el mal y que nos perseguía para patearnos hasta la muerte. Morir de pezuñismo no era algo agradable de imaginar, como comprenderéis. Sin embargo, resultó que la pobre criatura huía en realidad de la Terminator también y la pobre animal atravesó en cuanto pudo una alambrada electrificada en pleno ataque de terror ante nuestra mirada horrorizada.

Viajar por Irlanda
Viajar por Irlanda

Finamente, la granjera asesina se cansó, le dimos pena, se lo pensó mejor o vete tú a saber, pero el caso es que dejó de perseguirnos y pudimos retomar el pulso cardiaco para seguir nuestra ruta, que duró un par de horas más y que discurría por un paisaje, la verdad, nada del otro mundo. Al menos nos sirvió para estirar las piernas bajo la lluvia, que no es moco de pavo.

Viajar por Irlanda
Viajar por Irlanda

Decidimos acercarnos a un lugar con wifi para poder escribir un poco y dar señales de vida a la familia, así que cogimos el coche y nos dirigimos al Farren´s Bar, que lo habíamos visto anunciado durante el paseo. Una vez allí fue una idea genial sentarse en una de las mesas en medio de la corriente para quitarnos el frío que llevábamos dentro, ya que cada vez que abrían la puerta toda la ropa calada se me ponía a -3ºC y empatizaba con la población actual de Siberia.

Aquí podemos hacer un alto en el camino para hablar aunque sea brevemente de la gastronomía irlandesa. O de la ausencia de gastronomía, mejor dicho. Nada puede ser perfecto y ya tienen los paisajes, el espacio, el pelo pelirrojo, la temperatura agradable en verano, el folklore y la gente simpática, con lo que algo tenía que ir mal y les ha tocado que sea la comida. Pero está bien, no pasa nada, porque parece que lo asumen y no intentan venderte en ningún sitio libros de recetas, ni los restaurantes intentan captar tu interés y tu VISA con mensajes erróneos de suculentos manjares escondidos en el menú. Es como si aceptaran que tienen que alimentarte, ok, entendido, pero tampoco se comprometen a lucirse. Y se agradece, porque cuando se ponen creativos es casi peor.

Así que nos pedimos una sopa del día, que estaba picante como para que se te cayera la lengua, un sandwich club, unas patatas fritas (eso que no falte) y una pizza que lo mismo te la comías entera o podías usar luego las sobras de chancla para la playa. Rico, nutritivo, equilibrado en grasas saturadas y reutilizable. Lo normal.

Mientras yo escribía envuelta en toda la ropa que tenía a mano para intentar entrar en calor, Montse tuvo un ataque de ansia social y le entró la neura de que quería fotografiar gente. Que tenía ya 3 567 812 fotos de paisajes + 1 foto de un poni con dueña asesina y que tenía muchas ganas de llevarse a casa los rostros de esta gente tan maravillosa. Acto seguido entró por la puerta un chico vestido de ciclista como enviado del cielo, sponsorizado por el Lidl, con unos calcetines largos cada uno de un color y con una barba impecable pelirroja, de modo que no pudo resistirse ante el milagro y decidió que en ese mismo momento, iba a pedirle que si podía hacerle unas fotos. Se aceró a él y tranquilamente, le pidió permiso para retratarle, con un par.

Aiden resultó ser un muchacho la mar de simpático, que se tomó con gran ilusión ser fotografiado. Estuvimos hablando un buen ratazo y nos contó muchas cosas sobre la situación de la República de Irlanda e Irlanda del Norte que, obviamente, no sabíamos. Nos explicó también que era de Dublin y que se estaba haciendo todo su país en bicicleta, un total de algo más de 1 800 kilómetros,  y que dormía en tienda de campaña allá donde le encontraba la noche. Su mirada era bella, cándida, y nos sentimos muy agradecidas por habernos cruzado con él y su simpatía. Recordad: la gente es maravillosa salvo pequeñas excepciones, NO al revés.

A la salida, cuando ya nos despedimos de él y abandonamos el Farren`s, Montse y yo estuvimos pensando que qué gusto da esto de poder acercarse a un muchacho con tranquilidad hoy en día, sin que haya malentendidos y rollos raros de ligoteo. Que ya parece que la relaciones humanas tienen que ser intencionadas y buscar un objetivo, sobre todo entre dos desconocidos, cuando la mayoría de las veces lo que quieres es hablar y compartir un momento sin más, porque te gusta la gente por naturaleza.

No sé, últimamente al menos yo tengo la sensación de que estamos todos tan al borde del ataque emocional que la amistad, simple y llana, nos da miedo. Que si escribes a un chico porque te parece una persona bonita y alguien al que quieres conocer más, o si alguien te presta un poco de atención, hay que ponerse alerta y sacar el radar antipervertidos/as, no vaya a ser que se crea que estoy intentando buscar marido o que le doy pie y ya me comprometo a algo por contestarle amablemente un «buenos días», porque te ha hecho ilusión que esa persona linda se haya acordado de ti. Es un poco loco todo, la verdad, pero puede que sea paranoia mía solamente. Así que al final me veo no escribiendo, no llamando, no mensajeando a gente que pienso que es maravillosa por no crear situaciones confusas, o incluso por no molestar a nadie. Una pena, la verdad, con lo bonito que es mostrarle a la gente que te gusta y que te lo hagan a ti. En fi…

 

 

CONTINUARÁ, PORQUE EL DÍA DIO PARA MUCHO

 

 

 

 

Sobre la autora (o sea, yo)

Sin comentarios, snif

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