Albarracín y el FLAI, julio 2022

Albarracín y el FLAI, julio 2022

En mi coche, con mi música, hoy me veía enormemente libre. He elegido ir por caminos que no iban directos porque sí, me he tomado el capricho de ir atravesando los bosques que me ha dado la gana. He conducido lento sumando cada vez más minutos al Google Maps. Cada vez más lejos a medida que avanzaba.

Me gusta mucho esa sensación de atravesar paisajes aparentemente vacíos. Son inmensos y en su grandeza, te permiten significarte. Es obvio que estás ahí, se te ve desde el cielo, tu contorno está totalmente definido porque lo más cercano son los átomos de aire, que no molestan.

El paisaje vacío está lleno de preguntas. ¿Quién cultivará esos campos en medio de nada? ¿Adónde van los caminos por los que no pasa nadie? ¿Qué conectan? ¿Cómo sería este valle/montaña/ribera antes de la carretera? ¿Dónde está la gente? ¿Se agazapa? ¿Se va? ¿No la puedo ver? ¿Cuánto ojos me miran? ¿Existo? Por el contrario, ¿soy más visible que nunca? ¿El silencio absorbe inquietud o trae paz?

Y en medio de nada, todo lo que arrastras se ve diferente. Llevo mis pensamientos, mis ausencias, mis logros, mis ilusiones… Como siempre, pero son diferentes. Les veo más débiles. ¿Cómo demonios he conseguido reducirlos?

Y de repente, veo claro que en la inmensidad ocurren esas pequeñas cosas que sin embargo, necesitan de espacio para caber. No es que en el caos no se vean, que pasen desapercibidas, es que no caben. Lo pequeño ocupa y me acabo de dar cuenta.

El sol colándose entre los troncos, valles y lomas repletas de árboles, tierra roja, las cabras, las ovejas y un pastor levantando la mano al pasar. Cielo. Y yo ahí, coño. Yo. Ahí. Yo.

Yo, con una terrible necesidad de llevarle todo esto a otros ojos. De coger el puñado de tierra y llevarlo a sus pies. Depositarlo extendido, imitando la inmensidad de una vida sin fronteras, ácrata de dimensiones, donde precisamente lo pequeño ocurre. Y nos libera. Y nos hacer ser minúsculas motas negras moviéndose a la vista de todo el universo. ¿Dónde si no es en el vacío, uno lejos de casa, donde esculpe en nosotros lo que se le antoja a la paz?

Otro día

Le debo dos moscas a Albarracín. Acabo de azotarlas con una camiseta sucia porque por las buenas no ha habido manera y han caído en combate. Soy una supremacista trófica, pero es que eran muy pesadas y dormir con dos moscas en el cuarto pensando en que se agotarán por ellas mismas y mañana no madrugarán, es mala idea. Lo siento, karma. Te estoy esperando para recibir tu latigazo.

Aunque si hacemos balance, este pueblo me debe a mí mucho resuello porque bien medida, no creo que haya ninguna calle que tenga menos del 140% de pendiente. Y siempre suben, con lo que te sientes como en un cuadro de Escher. ¿Cómo puede ser que para ir de un sitio y volver, el camino sea siempre para arriba? Es un misterio, un contrasentido del azimut o un punto de introspección geográfica cuántica.

Por otro lado, me lo estoy pasando muy bien en FLAI. Aprendo, escucho. Me encanta constatar que aún me caben pensamientos, ideas nuevas, conocimiento desconocido para mí hasta ahora. Me gusta pensar que cuando salga de aquí me llevaré mucho puesto sin darme ni cuenta, lo que es un hecho muy cercano a la genialidad de la vida.

Me encanta pensar que he elegido un hobby que me cae bien, que me parece simpático y que tiene amigos (aunque debería decir amigas) que me disfruto. Lo sé porque me despierta las ganas de aprender, de estudiar, de investigar, de crujir… pero desde la calma, ya no desde el hambre de conocimiento.

Es una suerte haber llegado hasta aquí caminando lento, en línea curva, guiada por el olfato de un aroma que voy siguiendo por bosques, asfalto, librerías, ojos, palabras, conversaciones, lecturas, pensamientos, sentimientos, curiosidad, maternidad, amistad, reto, juego, desahogo..

Este hobby es de lo más curioso porque pese a lo destartalado que es todo lo que lo comporta, a mí siempre me parece un auténtico gentleman.

Otro día

Sinceramente, creo que se puede. Se pueden todavía encontrar momentos de expansión rascando la piedra de nuestros muros para horadarla con un fino conducto hasta el otro lado.

A mí me gusta salir, porque me tranquiliza saber que siempre, al final, me han vuelto las ganas de regresar y que me gusta llegar de nuevo. No me da miedo perderme para siempre, que todo cambie en mi ausencia, que alguien me robe mi sitio mientras no estoy.

Creo que mi casa es sólida, no hace falta que la sostenga quedándome, porque lo hace sola. En realidad, puede que bien pensado sea ella la que me sostenga a mí. Siento que me echa a cada rato, me expulsa, me dice a gritos que ya no traigo noticias de fuera, que vaya a buscar algo, no sé. Me dice noteacomodes.

Y salgo.

Y desafío a la quietud, a lo que no ocurre nunca si no te mueves. Desafío a lo que me pierdo, a lo que dejo de ver, a lo que dejo de crecer cuando no me planteo qué ocurre al otro lado de mis límites. Porque la vida allá afuera está pasando, sigue palpitando, no me espera.

Las tempestades que pueda tener, solo se combaten yendo a buscarlas. Y los lagos, los amigos, las gafas, las brújulas, la ilusión, las ganas y eso que es sentir que estás viva, a mí es que todo no me cabe en el salón. En mi salón caben muchas cosas, pero no todas.

Salir me hace constatar también mis grandes sospechas: el mundo es un lugar amable. Es maravilloso y aquí y ahora convivimos con seres humanos capaces de, generosos con, sonrisa en, mirada tal. Rodearte de ellos y ellas, frotarte con su electricidad electrostática es divertido.

Ver paisajes nuevos, probar platos diferentes, escuchar más voces… sentir que cada parpadeo es un corte de manga directo a la hostilidad, un acto subversivo hacia la creencia de un mundo en catástrofe. No existe otra manera de sobrevolar esa sombra que saliendo a probar. Es imposible combatir de otro modo la sensación de que hasta aquí llegamos y todo es mantenerse.

No, no es sed de aventura. Me resisto a creer que dar un paso hacia fuera es reflejo de valentía. Yo soy una cobarde, porque lo que me pasa es que no tendría huevos de asumir que el mundo no merece la pena y quedarme ya quieta esperando la muerte.

Otro día

Volviendo de FLAI a casa.

He parado en un bar y he pedido un bocadillo. El camarero me ha preguntado de qué lo quería y le he dicho “hoy es mi cumpleaños y me encantaría un bocadillo sorpresa. Voy a irme a comérmelo yo sola, bajo un árbol a la sombra, en una silla que tengo en el maletero. Así que me encantaría que fuera un auténtico bocadillo cumpleañero”. Y se ha reído, ha aceptado el reto y me ha dado envuelto en papel de plata.

El camarero ha salido a la puerta y me ha señalado a lo lejos en un paisaje plano y seco. Allí al merendero, ¿lo ves?, hay un río, hay mesas, te puedes mojar los pies. Ve.

Desde el merendero se veía a lo lejos el bar, que tenía el camarero dentro que hace nada me señalaba hacia fuera, hacia el lejos en el que ahora estaba inmersa. Los chopos se mecían muchísimo con el viento, algunas ramas se caían a mi alrededor formando todo una realidad tan cinematográfica que me ha conmovido. Ahí sola, todo se ha hecho espectacular.

Pedazo bocadillo. Rebelión en la granja post morten. Medio cerdo loncheado (frito), con pimientos fritos y con queso curado. Desde luego, mi camarero no me ha tomado por una grácil doncella que alimentar a base de dieta delicada.

De repente, aparecen tres niños caminando como de 8-9 años. Rubios, casi albinos, hablando un idioma extranjero. Palos, camisetas anudadas a la cadera, uno descalzo. Se cuelgan en el columpio y hablan. Yo quieta, intentando integrar en una realidad unificada elementos tan dispares como merendero, viento, guiris y bocadillo.

Llegan dos niños de pueblo, con un perro. Se van con los albinos no sé si en son de paz o no. Y por el puente cruzan acto seguido dos niñas. Una de ellas en ropa de baño y la otra, con mallas y un chaleco de rombos elegante, componiendo ellas mismas un cuadro bastante disonante pero paradójicamente en armonía con lo absurdo de toda esa escena. Pasan por del te de mí, desaparecen.

Vida, pellízcame.

Mis 46 años han comenzado. Teniendo un presente así, es que paso de hacer planes de futuro porque de a fijo que lo estropeo todo y cierro posibilidades. Mejor, voy a dedicarme a ver la vida, porque no me digan ustedes que no es una excepcional contadora de historias.

Sobre la autora (o sea, yo)

Sin comentarios, snif

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