Nurenberg, febrero de 2019

Nurenberg, febrero de 2019

¡Qué bonito es Nüremberg! Pero no lo digo de boquilla, no, que estoy aquí con la @andymonasterio traqueteando por sus calles y entrando en todas las tiendas con escaparate, que para eso vamos solas.

Yo al llegar, ya me quería venir a vivir. Luego hemos salido a la calle, me he helado y no quería. Luego hemos encontrado una cafetería preciosa al lado del río y nos hemos comido 3 trozos de tarta entre las dos y obviamente, quería. Luego no entendíamos las calles y no quería. Luego hemos visto una tienda preciosa y quería. Luego una señora nos ha tratado mal y no quería. Luego hemos conocido a una señora espontánea super genia que amaba a Borges y Cortázar y quería. Luego nos ha comentado que los refugiados eran un problema y ya no quería. Luego Andy me ha descubierto un paté La Piara pero autóctono y más rico llamado leverbush (vaya a saber usted de gramática) y quería. Luego a la 6pm era DE NOCHE y no quería. Luego hemos cenado en una mini pizzería de un italiano que era majísimo con gafas grandes y quería.

Ahora estamos en el apartamento, viendo los Goya cada una en su móvil porque la tele tiene sintonizados varios canales porno pero no TVE, lo que nos hace plantarnos el uso habitual de este alojamiento por parte de nuestros conciudadanos y la calidad de nuestra televisión nacional, que nadie la quiere ver.

Solo le ponemos el volumen a un móvil, así que una de las dos lo ve con retardo, pero podemos comentar la jugada. Esto es amistad.

Mañana nos volvemos pero por la mañana, habrá tiempo de más.

Otro día

El pretzel, esa gran aportación alemana a la gastronomía universal. Requiere grandes dosis de líquidos porque se hace un poco bola, pero le coges el gusto y a lo tonto, a lo tonto, te comes unos cuantos y te haces una foto con tu amiga y tu rosácea y la vida es más feliz.

Nüremberg, ciudad de contrastes. Sobre todo térmicos, porque hace un frío que pela outdoors pero un calor horrible indoors. Sales a la calle y te atiza un viento procedente de Alaska refrigerado en el Tirol y entras en una tienda y parece Waikiki, con lo que la bufanda, el abrigo, los guantes, el gorro y la camiseta Damart te queman. Quita y pon, quita y pon. Al final no entras. Al final, Alemania lucha con calefacción contra el consumo desmesurado. Y los dermatólogos especializados en la mencionada rosácea, lo subvencionan. Hasta aquí todo el espionaje que puedo aportar a mi país.

Hoy estábamos desayunando en un lugar idílico viendo nevar por el ventanal, pegadas a un calefactor tamaño pared y hemos sentido la magia del pueblo germano. Hasta que la camarera nos ha visto flipándolo y nos ha dicho que ni bonito ni nada, que eso ellos lo llaman el fucking german weather y nos ha empochado en Hygge. Pero luego nos ha dicho que era artista y nos ha contado su vida al lado del río y nos ha parecido tierna. Le hemos pedido unos gnochi con gorgonzola y todas felices.

Ahora ya a punto de embarcar, camino a casa y a mis dos pequeñas pulgas, dejo muchas deudas pendientes en este país acogedor pero no, bonito pero no, interesante pero no e inmenso pero no. Hay que volver, pero sí.

@andymonasterio eres una compañera de viaje genial y no me has echado en cara ni un momento que soy la lacra de la expedición. Te amo.

Sobre la autora (o sea, yo)

Sin comentarios, snif

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