Soria, febrero 2020

Soria, febrero 2020

Estamos en Soria. Respirando que ya es mucho.

Después de comer, les he comunicado a mi hijo y mi hija que iba a darme una vuelta por el campo en busca de fauna silvestre y hacer un poco de cardio, por eso de vivir al límite y quemar el croissant del postre. Entiendo que cuando eres menor una oportunidad tan sencilla de fastidiar a tu madre es difícil de desestimar, así que se han sumado a la excursión entusiasmados.

Los primeros 20 metros han sido críticos. Las dos horas restantes, un horror.

Nada más salir de casa hemos tenido ya una discusión sobre el excesivo peso de la mochila para irnos tan cerca y sobre la conveniencia o no, dado el caso, de cargar con dos botellas de litro de agua y el Nenuco. De modo que uno volvía a casa, allí la abuela le enchufaba el abrigo de borreguito, que dónde vas con eso, que vuelve, que no que la abuela no me deja, pues ve y escóndelo en el jardín y a la vuelta te lo pones como si lo hubieras llevado todo el rato (hola, mamá, si lees esto), que la botella sí, que si no, que si la otra decide volver y deja parte del lastre que acarreaba, que el Nenuco se viene que tiene sentimientos, que si me aprieta la zapatilla… Media hora. Veinte metros recorridos.

A los quinientos metros han empezado los síntomas del mal de alturas que es lógico que te ataque en esa planicie soriana que no conoce una cuesta.  Como os imagináis, querían volver a toda costa porque su vida corría peligro. Ante mi resistencia, han decidido castigarme/fastidiarme recogiendo piedras a velocidad de lagarto cojo, completando así los cien ejemplares que nos faltaban para poder abrir un museo geológico. Como os imaginaréis, todas las piezas eran seleccionadas bajo criterios petrológicos estrictos tales como que una se parecía al salchichón, dos hacían juntas un corazón roto y otras sospecho que por el placer incomprensible de arrastrar un adoquín salvaje de tres kilos todo el paseo de vuelta. 

Viaje a Soria en familia
Viaje a Soria en familia

Luego hemos estado un rato identificando huellas y rastros. Es fascinante descubrir, no sin asombro por mi parte, que tenemos oso pardo en la región, grandes manadas de lobos y algún lince. Ibérico, claro. Que tomen nota las/los zoólogas/os que anden por aquí, que esto es un hot spot de la biodiversidad peninsular y todos/as sin saberlo. Hemos visto también huellas de zorro y de ungulados, que hemos decidido que eran corzos y que ya les he dicho que, pese a mis rudimentarios saberes sobre la materia, ya me parecía algo más normal. Ver, no hemos visto nada, que ya soy mayor como para saber que caminar por el bosque en silencio con mis criaturas es entelequia pura.

Otro día

Gómez es que se vuelve tarumba en el campo. Desconocemos su vida anterior porque le adoptamos con 8-9 años, pero sus patas estrábicas le castañetean cuando le alejas del asfalto y le dejas trotar surcando el horizonte.

Corre, hace hoyos, olisquea, pasa por debajo de todas las vallas que ve… Un idilio mágico que se acaba en cuanto se restriega su cuello por todas las boñigas de vaca que ve y se come alguna que otra seca como si fuera una tostada. Por un lapso de tiempo, dejas de quererle. Así luego se tira esos pedos napalm y vomitó en la cocina un potingue con gusanos, que no sabíamos si era producto de la ingesta de heces de ganado bovino en mal estado o si come mierda para purgarse por dentro por algún tipo de mecanismo natural que conoce de forma innata. Da ascazo igual, que recogimos aquel compost con una servilleta como si fuera alpechín radiactivo en puré espeso, pero hay que preguntar al veterinario.

También le flipa el agua siempre que no sea de ducha, sin importarle su transparencia. Ayer fuimos a localizar una charca inmunda para hacer mañana una suelta de un sapo que recatamos de la muerte segura y que hemos criado a base de grillos durante el invierno, y decidió probar todo estancamiento de agua al que nos acercábamos a inspeccionar. Yo ya es que ni intento pararle. Luego le llevamos al río con intención de que se limpiara pero decidió tomar un baño termal en la zona de fangos, con lo que salió peor pero ladrando en clave de fa sostenida. Creo es que es feliz.

Menos mal que como tardamos en volver, ya todo se le había secado y llegó hecho un pincel a su destino. Hoy sin embargo, ha hecho falta una ducha para traerlo de vuelta a la normalidad sabiendo, con certeza, que mañana se untará de nuevo entero en cremas de boñigas y se lanzará sin gorro a las ciénagas sorianas con ímpetu y alegría. ¿Pero cómo no se va a deprimir cuando volvamos?

Otro día

Ya no nos queda nada para salir hacia la boina madrileña y como va siendo lo habitual, ya me entran los siete males de golpe. El martes hay cole, hay que trabajar, el resto de la familia ya se ha ido… ¡y me importa un pepino! Me dan igual vuestras razoncitas de gente amortiguada porque yo quiero quedarme a vivir con los pinos sorianos y sus líquenes como si no fuera a aburrirme nunca.

Además, alguien tiene que quedarse a supervisar que Sapini se está haciendo al entorno (le hemos liberado hoy) y que es un sapo feliz que encuentra pandilla de amiguetes con los que croar y comer artrópodos. No le podemos dejar aquí solo, en esa charca atractivamente inmunda. He creído ver que se le daban la vuelta los ojos de la emoción de sentirse libre y que incluso nos hacía una pedorreta mientras nos daba la espalda y se adentraba en el lodazal a croll, pero aún así… ¿y si le hacen bulling anfibio por pijo? ¿Y si croa con acento extraño y las sapas le dan de lado? ¿Y si se arrepiente y prefiere su terrario y sus grillos de grillifactoría a la llamada de su instinto? Está claro que tengo que quedarme y si es necesario, que Manuela y Hugo pierdan el trimestre.

Por lo demás, el día ha transcurrido como ha venido siendo lo habitual en este encuentro familiar que hemos organizado este finde: comer, recomer y comer sobre comido. Luego me pregunto por qué no puedo ponerme a dieta y perder los muchos kilos que me sobran. O me cambio de familia o me cambio de raza, a mamut concretamente. ¡Esto es imposible! No había más que delicatessen por todas partes a todas horas. De mañana no pasa que deje los carbohidratos, que en algún momento tendré que volver a ser yo.

En fin, que mañana volvemos y se avecina tormenta.

Sobre la autora (o sea, yo)

Sin comentarios, snif

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