Atapuerca, agosto 2019
¡Qué de cosas hemos hechos estos días!
El sábado, camino a Burgos, decidimos parar en el Bosque Mágico de San Leonardo (Soria aún) y vernos allí con nuestros amigos @esderaiz. Parada técnica, que se llama, para no pasar directamente del pueblo a una gran ciudad sin aclimatarse antes.
El bosque en cuestión se trata de un pinar en el que un artista anónimo ha ido colocando casitas de hadas y elfos escondidas y hay personas que juegan en encontrar las 35 que hay por ahí desperdigadas.
Otras, y no miro a nadie porque me sale papada, se dedicaron sin embargo al juego del palique con los amigos, que si pincho de tortilla y combucha ecológica por aquí, que si dulces de esparto sorianos por allá, con lo que llegó la hora de levantar el campamento y no había ni cruzado el puente. No vi ni una casa.
No os creáis, que a mí las movidas de fantasía y absurdo me molan, pero el rollo hada lo trabajo menos. Serán todo lo angelicales que vosotros/as queráis, pero me dan un rollo a incienso y atrapsueños que no me deja fluir. No sé, me bloquea. Soy más de Rodari que de Elfos, como si dijéramos.
Cuando ya nos habíamos comido casi todo, nos fuimos a Burgos. Nuestro hotel era un precioso alojamiento en un polígono industrial colindante a un puticlub nada clandestino, y esas cosas siempre dan como reparo. No por temas de decencia, sino por imaginar las vidas de mierda que debe haber dentro de sitios así mientras tú estás feliz con tu familia diez metros allá, por una simple ruleta de la fortuna que separa dos colores opuestos. Un fallo de la red de Matrix. Un barco a la deriva con seres humanos dentro sin puerto seguro. Cosas que no deberían ocurrir.
Por la noche fuimos a cenar a Burgos, que es como una sucursal de Alaska. ¡Qué frío! Toda la patria burgalesa, que se las sabe todas, bien abrigadita y el resto, pobres turistas, intentando mantener la temperatura corporal sobre el límite de la muerte envolviéndose en cualquier cosa que haya en la mochila, como momias de harapos.
Por extraño que parezca dado nuestro raciocinio, ello no nos hizo ni sospechar que meterse a las 23h sin cenar en un tren descapotable con 4 niños/as, era una muy mala idea. Que lo fue.
Así que allá que fuimos. A los 10 min teníamos ya a todos congelados/as, pidiendo a gritos que nos ocupáramos de su nutrición y aburridos como un hongo. Los adultos no gritábamos por este tipo de milagros que confiere una supuesta madurez, pero estábamos igual y pensábamos exactamente lo mismo. ¡Una hora y pico que duró el trayecto! ¡Por Burgos! Que no dudo yo que sea preciosa y esté plagada de patrimonio cultural, pero os digo yo que esta compañía coge la ruta de Florencia y celebras nacimientos y comuniones en el vagón.
Estuvimos planteándonos saltar por la ventana, pero desistimos al ponderar el espectáculo que podría suponer verme atravesar el hueco en marcha sostenida del vehículo y lanzarme al empedrado. Mejor la muerte en grupo, decidimos. Cuando acabó el recorrido, besamos el suelo y corrimos a atracar el primer restaurante que vimos abierto y con calefacción. Y nos pusimos las botas.
Otro día
Así como tenéis que respirar, tenéis que ir a Atapuerca al menos una vez en la vida. Es bueno, además, para saber de dónde vienen todos nuestros vicios como especie y entender por qué a veces te quieres comer a alguien por venganza, como a Trump, con Salvini como antipasti (para luego escupirlos, Trump y Salvini, caca, y seguro que dan ardor).
A ver si os vais a creer que el canibalismo siempre ha estado tan mal valorado en nuestra estirpe.
Nosotros hicimos el tour completo. Por la mañana estuvimos en el yacimiento del tren, que ahora no sé cómo se llama en nombre de documento técnico, y también a una especie de Port Aventura Cavernícola que tienen en el meeting point. Y por la tarde, al Museo de la evolución. Os recomiendo todo el paquete, como si estuviera de oferta.
Estar en el yacimiento ya es una pasada, pero es que encima nuestro guía era muy majo y cuando hablaba del Homo antecessor se le ponían los ojos vidriosos, como solo te los pone la emoción.
Me apuesto lo que sea a que casi todo el pelotón de visitantes salimos de ahí mustios por habernos dedicado a nuestros quehaceres en la vida y no haber estudiado antropología, ciencia para la que claramente estábamos llamados.
Mega interesante, que ahí nos tenía el muchacho atentos a fósiles, debatiendo en grupo posibles respuestas a los hallazgos, planteándonos encrucijadas en las que ellos y ellas mismas se encuentran… de muy agradecer ,aunque esta parte es verdad que se les hizo pesada a los canijos del grupo, que no eran capaces de seguir la explicación. Pero bueno, se dedicaron a lo suyo y no pasó nada grave.
Al llegar al centro de visitantes, he de confesar que miramos con hastío la zona de recreación cavernaria que tenían y las cabañas de corchopán se nos antojaron mustias. Los chiquines tenían ya el umbral de asalvajamiento por encima de los niveles de la educación formal y preveíamos el desastre. ¡Pero no! Nuestro guía nos sorprendió a todos llevándonos como corderos por varios millones de años en nuestra historia y prometo que tengo fotos de los cuatro atendiendo. Cazamos, tallamos herramientas al borde de un falso río, hicimos fuego, pintamos en una cueva, practicamos el tiro con arco…
Después de comer, seguimos comiendo. Luego comimos un poco más y entre la charla y los achaques de la edad, llegamos al Museo a eso de la hora de cierre, prácticamente. Pero dio igual y allá dentro que nos lanzamos sin miedo. Total, de necios habría sido incluso imaginar que después del tute que llevábamos, ir a un museo con cuatro menores era una actividad que nos podía llevar más de una hora sin tener que arrepentirnos y sin poner en riesgo el patrimonio etnográfico de los burgaleses.
Fuimos al grano, no leímos ni un panel, subimos las escaleras mecánicas al revés varias veces y decidimos que merecería la pena dedicarle ese tiempo de más que no tenemos en un futuro, cosa que viene siendo un sentir recurrente desde que somos padre y madre.
Sin comentarios, snif