Senegal, julio de 2025
Antes de nada, os cuento que este viaje lo hicimos de la mano de Ekol Senegal. También es importante que recalque que todas las fotos que voy a usar las ha hecho Manuela con su móvil y su mirada, que es única. Lo malo es que están editadas desde jpg, compartidas por el móvil, es decir, un auténtico sacrilegio. Mi cámara está escacharrada y se quedó en casa, algo que maldije durante todo el viaje. Tendré que volver, jeje.
Me embarqué en esta aventura con mi madre, de 75 años y que tenía además un brazo recuperándose de una rotura chunga, y mi hija adolescente. Y esto lo digo para demostraros que viajar es un plan muy interesante para todas las edades y que en este en concreto, nos cuidaron enormemente. Senegal es un país seguro, lleno de gente que no se puede ni describir de lo bonita que es y nosotras volvimos muy emocionadas por todo lo vivido.
Elegimos este viaje porque a mi madre le encanta bordar y fue un regalo para ella, ya que la tallerista invitada por Ekol era su profe Yolanda Andrés (a sus pies, maestra). También lo elegimos por el proyecto de Mariana y Bea, que no es un proyecto solo suyo, sino que han puesto en marcha esta iniciativa (minuto 15:46) que sirve de palanca para que ocurran muchas otras cosas (minuto 18:58) en la comunidad en la que se desarrolla. Esto quiere decir que los trabajadores son de aquí, que se cuenta con ellos/ellas y que convives con la gente local, haciendo de la experiencia algo único.
Foto: Yolanda y Mariana
Nosotras fuimos a bordar, pero organizan muchas otras actividades y también se puede ir por libre con amigos, vecinas o todos tus primos. O en soledad. Mariana y Bea te ayudan a organizar actividades en el territorio si quieres y también te dejan en paz si lo prefieres.
La ducha está fría, hay humedad, no hay hidromasaje ni AA en las habitaciones, pero en serio, están Pamusa, Lamine, los cocineros que les quieres pedir matrimonio, el equipo de limpieza, la gente que pasa por aquí, Cobra y su dominio de la costura… y sientes que ya lo tienes todo. Os recomiendo la experiencia 100% si os apetece viajar y conocer.
Como compañeras de viaje hemos tenido un grupo muy bien avenido de bellas mujeres, unas cuantas adolescentes valerosas y una profe inigualable, que se fue para allá con una maleta llena de hilos, tijeras, agujas y bastidores. Nos prometió ya en el aeropuerto de Barajas que de Senegal salíamos bordando. Y la creímos.
Foto: la pandilla bordadora con los amigos y amigas locales
DÍA 1 – Dakar
Como todos los viajes de largo recorrido, la penitencia fue arrancar con 5 horas en un avión clase turista.
Nada más llegar al aeropuerto tardamos otras 5 horas en cambiar dinero y hacernos con una tarjeta telefónica para esquivar el roaming, que por lo visto aquí viene con machete de cortar ahorros. Como cada € son 630 cefas, nos convertimos en ricas en moneda local (a parte de en el corazón) y nos hicimos con wifi para ir contándoos las aventuras que fuimos disfrutando (aunque luego no nos daba tiempo y lo he tenido que hacer desde casa). Y también con un número de teléfono senegalés por si me hacía pandilla.
Ese día vimos poco, salvo las proximidades del aeropuerto de noche, burros y motos. Escasos países conozco en los que este tipo de barrios posean atractivo turístico. No obstante, nada más arrancar supimos que, efectivamente, estábamos en otro mundo
DÍA 2 – Camino a Casamance
La mañana comenzó dando un paseo por el extrarradio aeroportuario, visitando su arteria comercial. Pedicuras, talleres de coches, carnicerías, muebles… En escasos metros encontramos todo un surtido de bienes necesarios para la vida moderna con un autentico toque africano.
Acabamos comprando mangos en nuestra frutería de confianza y también agua en una tienda que de estar vacía, pasó de repente a estar llena de clientela con una urgencia extrema por comprar lo que fuera. Éramos demasiado blancas. Éramos de neón.


El vuelo interno a Cap Skirring fue de maravilla. Manuela vio el chiquiavión con hélices y creo que barajó la posibilidad de irse en burro, pero entró en razón y se subió a probar lo que es estar al borde de la muerte, para entender que normalmente, no viene a buscarte a sitios así sino que se esconde en los pesticidas de la fruta y los ftalatos de las cremas.
Nos estaban esperando en el aeropuerto y nos metimos todas en un todoterreno queriéndonos mucho, piel con piel. Ya deberíamos haber sospechado algo cuando nuestro guía ató bien las maletas a la baca y ya al lanzarnos a la carretera, entendimos dos cosas sin necesidad de esforzarnos mucho: que Lamine era un conductor de primera y que hay socavones en los que cabe un mundo.


Nada más llegar al campamento base, tocó paseo en barca por el río. Para poder subir nos cogieron en volandas a cada una como quien coge un jilguero caído de una rama para echarlo a volar de nuevo. No sé luego estuvieron los muchachos a base de relajantes musculares, pero no se les vio apurados.
El remate fue que nos invitaron a degustar ostras de manglar a la brasa en un cenador al lado del río (quien dice degustar, dice ponernos como las Grecas). Las ostras hay que sacarlas levantando cada caparazón con un cuchillo, escarbando en lo que parecen conchas en ennegrecido puro, pero que, sin embargo, esconden un sabroso manjar (cada cual que haga con eso su propia metáfora de la vida si quiere).
Y ahí estábamos, navegando entre manglares, con el aire en la cara y la paz de estar en formando parte. ¿Parte de qué?, pues no sé, pero de algo, no preguntéis tanto que para hallar la respuesta lo mismo hay que vivir viviendo.
Ya en el campamento, cenamos a las mil maravillas, como un último abrazo que nos regalaron las anfitrionas antes de irnos a dormir bajo la mosquitera.
DÍA 3 – Mercado
Tú te crees quizás que has ido a un mercado y que ya está, pero los mercados mundiales son infinitos y cada uno tiene su esencia. Por no decir su aroma.
El tercer día hicimos una de las inmersiones culturales que brinda el capitalismo y nos fuimos al mercado de un sitio que se me ha olvidado. Para explicaros la situación tenéis que pensar primero en el mercado de la Boquería o el de San Miguel de Madrid y cuando ya lo tengáis nítido en vuestra mente, tenéis que borrarlo y construir otro que sea diametralmente lo contrario. Pues eso era.
Gente, puestos abarrotados, callejones estrechos, calor horroroso, sandalias, cacerolas, champús, motos, bicis con tres encima, coches, barro, ruido, cosas en mesas, cosas colgadas, apoyadas, apiladas, embutidas… Un disfrute.
En cuanto llegamos, un local se auto-proclamó nuestro guía espiritual y por muchos giros que hiciéramos, siempre aparecía dispuesto a conducirnos por caminos, que misteriosamente, todos conducían a donde él quería. Un genio del laberinto. El caso es que nos llevó a una tienda de telas con unas preciosuras que nos hicieron enloquecer a razón de menos de euro y medio el metro.
Una viene a un curso de bordado en Senegal y ya se cree poseedora de un talento inconmensurable y por supuesto, se cree con la capacidad técnica de volver a su pueblo y ser capaz de hacer cortinas, mantelerías completas en incluso faldas con cualquier trapo. Y por ese espejismo ahora tengo 16 metros de telas en la maleta con las que no haré nada en años. Pero, ¿acaso la felicidad se sostiene en los pilares de la razón? Pues, efectivamente, no.
Todo iba bien hasta que hemos pasado por la zona de los alimentos frescos y nuestra entereza, construida a base de asepsia europea y nutrientes sellados en plástico, ha desfallecido, amigas. Spoiler: la carne amontonada en una mesa sin refrigeración no huele bien. La ausencia de ventilación no ayuda y ver las moscas amontonándose encima, menos. Así que con todo el respeto que hemos podido por las personas que estaban allí, hemos buscado la salida discretamente pero con las chanclas echando chispas para encontrar aire.
La comida ha sido en un lugar espectacular, al lado del río. Corría el aire fresquito, estaba todo riquísimo y hemos visto pelícanos mientras tomábamos el postre charlando de la vida.
A la vuelta, mi madre y Manuela se han montado en un taxi con dos compañeras más mientras yo me iba con el resto de la pandilla en el todoterreno. Yo me imaginaba que las había mandado en una lanzadera VIP y cuando me han contado la aventura de su viaje nos hemos echado unas risas.
Por lo visto el taxista no se sabía el camino y no se esperaba los baches, con lo que intentaba sortearlos ciñéndose a la cuneta y poniendo por ello el coche en inclinaciones inconcebibles por las leyes básicas de la física. Ha habido un momento que se ha bajado para andar y meterse literalmente en algunos charcos con el fin de comprobar cómo de profundos eran ante la posibilidad de encallar. Y por lo visto, cada vez que frenaba soltaba un silbido y hacía un sonido raro con la boca. Así una hora.
La tarde ha sido de bordado. @yolandaandresandres es una super profe, que te anima y cree en ti, así que las compis que veníamos pez total ya somos yonkis de los hilos. Las demás van viento en popa, por supuesto, combinando colores y técnicas interesantes. Así que ya tengo nueva obsesión, por si no eran pocas. No hay que cerrar las puertas nunca a la neurosis.
Mientras cosíamos ha venido Cobra, el Yves Saint Laurent de Diakene Ouolof, a tomarnos medidas y hacer cosas serias con las telas que habíamos comprado. Aunque a mí solo me ha medido el hueco del sobaco porque he decidido ser realista y en vez de encargarle un vestido de estampados que me hagan parecer una mesa camilla, he pensado que mejor me hacía un bolso. A ver cómo queda.
La cena como siempre, exquisita en @c.casamance @ekolsenegal. Y ahora, a dormir con los sonidos de la fauna local a todo trapo para recordarnos que estemos dónde estemos, la naturaleza es casa y que tú estás mejor bajo techo.
Sin comentarios, snif